El río de las Amazonas
Según la mitología griega las amazonas fueron unas temidas mujeres, guerreras expertas en el manejo del arco y la flecha, despiadadas con sus enemigos que vivían en un reino apartado donde sólo habitaba el sexo femenino. Incluso, cuenta el mito, que ellas se trasladaban a las aldeas vecinas para aparearse, si producto de esa relación nacía un niño se lo devolvían al padre o lo eliminaban, pues únicamente se quedaban con las niñas para ser adiestradas en el arte de la guerra. Eran descritas como mujeres blancas, altas, hombrunas y con un seno cercenado o taponeado para evitar cualquier obstrucción física que les impidiera el manejo diestro de sus armas. Una de sus reinas llamada Hipólita llevaba un cinturón mágico que inspiró el moderno comic de la Mujer Maravilla.
La leyenda griega sobre las amazonas se reeditó en nuevas versiones en la historiografía romana, en los escritos medievales y en la literatura renacentista. Entre la fábula y la historia la ubicación del reino de las amazonas era un misterio que de tanto en tanto algún historiador situaba en distintos territorios. Durante la Antigüedad en Sarmacia; en la Edad Media en el norte de Europa; y en los siglos de los grandes descubrimientos en la selva sudamericana, donde una leyenda: El Dorado llevó a otra: Las Amazonas.
En 1541 Francisco de Orellana, capitán de la primera expedición emprendida para hallar las fabulosas riquezas del mítico Dorado, se internó con unas decenas de soldados en la selva. Al año entre peripecias, penurias, hambre y enfermedades llegaron hasta “un inmenso mar de agua dulce”, siguiendo el curso de ese río arribaron a un pueblo hospitalario, donde fueron advertidos de tener cuidado de un pueblo de gran tamaño poblado por mujeres guerreras a las cuales todos les rendían tributo, eran las Coñiapuyara que significa Grandes Señoras. Orellana decidió continuar y ocurrió, según narra Fray Gaspar de Carbajal, capellán y cronista de la expedición, que al querer desembarcar fueron atacados por unas mujeres “muy altas, blancas y membrudas, andaban desnudas en cueros” y “peleaban tan animosamente que los indios no osaban volver las espaldas y al que las volvía delante de nosotros le mataban a palos”. Después de la batalla indagaron sobre estas mujeres, así se enteraron que vivían tierra adentro, que no eran casadas, que conformaban setenta pueblos con casas de piedra y que nadie pasaba por su territorio sin pagar derechos, buscaban sus maridos haciendo la guerra a pueblos vecinos, que solo se quedaban con las hijas mujeres a las que criaban en cosas de la guerra y que todas ellas estaban bajo la regencia de una gran señora llamada Corani.
También se enteraron que las Coñiapuyara tenían grandísimas riquezas de oro, conocían la agricultura, de dos lagunas saladas sacaban sal y sus adoratorios estaban forrados con pintura e ídolos de mujer en oro y plata.
Fray Gaspar y el Capitán las denominaron Amazonas y ya que eran las Señoras de esos parajes, al enorme río que bañaba sus tierras lo bautizaron el Río de las Amazonas. Como dice Judith Prieto de Zegarra, puede que el cronista y el capitán se hayan dejado llevar por su propia fantasía o quizá fueron testigos de una realidad histórica poco explorada. Lo cierto es, que el río en cuyo lecho descansa la esperanza del planeta lleva nombre de mujer.